La élite duquista o el triunfo de la inexperiencia y la pedantería

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Duque es un político joven sin un proyecto definido, respaldado por figuras de larga trayectoria como Álvaro Uribe, Marta Lucía Ramírez, Claudia Blum, Carlos Holmes Trujillo y Guillermo Botero. / AFP / Juan BARRETO / JUAN BARRETO

Política

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Escándalos, salidas de tono y acciones reprochables entre el círculo de Duque y los altos funcionarios. ¿A qué se debe la cosecha?

Una sociedad clasista

En las últimas semanas, varios funcionarios del gobierno nacional han sorprendido al país con comportamientos y comentarios erráticos, frívolos y clasistas. ¿Cómo explicar el viaje del fiscal Barbosa o las infames declaraciones de la vicepresidenta sobre los pobres? ¿Cómo interpretar el regreso de la Ñeñepolítica, las autoacusaciones de Pachito, los trinos premonitorios de Hassan, la dudosa aritmética de Rafael Nieto Loaiza o el trino irresponsable de Juan Carlos Pinzón?

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En La élite del poder, el sociólogo C. Wright Mills caracteriza a los sectores más poderosos de Estados Unidos en la posguerra y establecen la relación entre las élites económica, política, militar y cultural. ¿Quiénes conforman la élite en Colombia? Para contestar esta pregunta, necesitamos recordar ciertos hechos históricos y señalar semejanzas con otros países latinoamericanos sin perder de vista nuestras particularidades.

La sociedad colombiana es ante todo conservadora, religiosa, clasista, racista y machista. Vivimos en un régimen oligárquico que, pese a la modernización y a la urbanización, limita al máximo la movilidad social. En Colombia morimos donde nacemos, nos apegamos a las tradiciones y celebramos descaradamente el arribismo.

Breve historia de las élites colombianas

En la fundación de la república, las élites criollas impusieron el modelo hacendatario y sus valores patrimoniales anclados en la propiedad de la tierra y el respeto a una sociedad jerárquica comprometida con la Iglesia católica. La emulación y el mimetismo fueron los mecanismos que usaron para lograr su cometido.

Adicionalmente, había élites regionales que querían tener un lugar en los proyectos triunfantes de la nación y élites ‘adineradas’ en comparación con la mayoría de colombianos, pero pobres en comparación con los más ricos de América Latina. Estas últimas eran civilistas, estudiosas (en su mayoría) y eran reacias a caudillos y militares. Con el tiempo, lograron obtener el lugar privilegiado que añoraban.

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Laureano Gómez y Alberto LLeras, creadores del Frente Nacional./Periódico El Mundo.

A paso lento, el país se modernizó, se urbanizó y se volvió capitalista, lo cual hizo que la Iglesia católica perdiera poder. Cuando nos acercábamos al nuevo siglo, las élites frentenacionalistas introdujeron cambios importantes y los economistas obtuvieron cierto reconocimiento. El país siguió siendo leguleyo y, por ende, los abogados conservaron la injerencia que habían ostentado durante años.

En el ámbito político, las élites tradicionales fueron reemplazadas lentamente por políticos de profesión. Fue así como individuos provenientes de la clase media —como Uribe— empezaron a ganar terreno en la arena política. El triunfo del pastranismo y del turbayismo en los partidos tradicionales facilitó el ascenso de las élites clientelares, que rápidamente se agotaron por su incompetencia y sus nexos con el narcotráfico. Fue entonces cuando el conservadurismo y el clasismo se mezclaron con los avances de la nueva Constitución y los retrocesos de un conflicto eterno. Podemos decir que, desde entonces, ha habido una democratización de la élite y en todos los sectores: empresarios, políticos, militares, Iglesia (e iglesias), académicos. Pero la imagen que el espejo democratizado nos devuelve no nos gusta.

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Foto:El Colombiano.

Santos y Uribe: entre la oligarquía y el paramilitarismo

Al llegar al nuevo siglo, nos encontramos con los octenios uribista y santista, cuyo logro más importante fue resolver —al menos parcialmente— el conflicto colombiano. El triunfo de Uribe fue un remezón para las estiradas élites tradicionales porque, hasta entonces, ningún provinciano en ascenso se había atrevido a hablar de frente contra las élites bogotanas. El presidente eterno los trató de perezosos, taimados y desleales. Para congraciarse, le dio la vicepresidencia a un rolo atípico: Francisco Santos.

En ese momento, la élite bogotana quedó representada por los equipos que acompañaron a Noemí Sanín, Enrique Peñalosa y desde la cultura, a Antanas Mockus. Una parte de la élite bienpensante se adhirió al advenedizopresidente Uribe: Germán Vargas Lleras fue el primer liberal que decidió apoyarlo abiertamente.

El presidente tránsfuga facilitó el ascenso de las élites regionales: sus miembros tenían una gran capacidad gerencial, pero eran torpes en las lides políticas. Muchos cargaban con un secreto que no tardaría en salir a la luz: estaban untados de paramilitarismo.

En ocho años, el uribismo logró movilizar a la sociedad colombiana y poner contra las cuerdas a las élites tradicionales. Como resultado, muchos de sus miembros se sumaron a la oposición en el segundo período. Sin embargo, personajes como Frank Pearl y Juan Lozano salieron fortalecidos. En suma, el uribato facilitó la consolidación de nuevas tecnocracias y élites en todo el país.

En el primer período de Santos no hubo rupturas importantes con su predecesor, gracias a que uribistas ‘pura raza’ ocuparon cargos importantes.

Sin embargo, poco a poco empezaron a aparecer indicios de la reoligarquización promovida por el nuevo jefe de Estado. Una de ellas fue el trato clasista y excluyente que el gobierno le dio a Angelino Garzón.Posteriormente vinieron los nombramientos, las influencias y el distanciamiento del uribismo. El ofrecimiento de la Vicepresidencia a Vargas Lleras y un comentario de uno de los hijos de Santos sobre la estirpe bogotana, ladina, buena vida, arribista y de formas depuradas confirmaron su carácter oligárquico.

El gobierno Santos amplió el espectro del país en términos políticos e ideológicos, pero lo cerró en términos tecnocráticos. Lo paradójico fue que eso se hizo simultáneamente con un intento por satisfacer a la OCDE y a Luis Carlos Sarmiento Angulo.

En el primer período, todos los funcionarios debían tener credenciales uribistas o dos apellidos de peso. Fue entonces cuando varias familias de élites regionales en decadencia encontraron nuevas oportunidades. En el segundo gobierno, los filtros se flexibilizaron y aceptaron de todo un poco, pero la impronta clasista siguió perfectamente ejemplificada en el trato que el gobierno le dio a Gustavo Petro, quien era entonces alcalde de Bogotá.

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Foto:Presidencia.

La élite duquista

Después llegó Duque: un político joven sin un proyecto definido, respaldado por figuras de larga trayectoria como Álvaro Uribe, Marta Lucía Ramírez, Alicia Arango, Claudia Blum, Carlos Holmes Trujillo y Guillermo Botero entre las que Uribe tiende a imponerse como buen caudillo. Los “mayores”, sin embargo, han sido profundamente erráticos y tienen pocos consensos.

Inicialmente, el presidente novato conformó un gabinete técnico de jóvenes desconocidos que renunciaron paulatinamente. Para ‘tapar los huecos’, decidió distribuir los cargos entre aquellos que lo apoyaron sin reparos: Centro Democrático, Partido Conservador, Mira y Colombia Justa-Libres. Al primer remezón, les dio algo a Cambio Radical y a los sectores gobiernistas de la U- y ahora, en plena pandemia, suenan los hijos del expresidente César Gaviria (¿y quizás el Partido Liberal?).

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Muchos de sus funcionarios son arribistas de clase media, mal preparados y de provincia. Muchos son de la Sergio Arboleda (la universidad del poder, hoy) y bastantes del Centro Democrático. No se trata de una maquinaria aceitada con un orden jerárquico sino de una competencia desleal por figurar, por hablarle al oído al presidente, a su gerente de campaña o, al menos, a su secretaria privada, hoy jefa de gabinete.

En los organismos de control se cocinó otra cruzada por amistades y nexos familiares que explica el cruce de nombramientos y la obtención de unanimidad en una Corte Suprema de Justicia profundamente dividida.

Los funcionarios de la élite duquista comparten varios rasgos: son jóvenes (no superan los cincuenta años), tienen potencial, mucho ego y están deslumbrados por el poder. Su falta de experiencia y de conocimiento los lleva a una actitud defensiva que denota poca empatía con la situación del país. Todos son propensos al escándalo.

La “nueva” élite de Duque está conformada por individuos inexpertos pero incapaces de esconder sus ansias de poder. No entienden nada, pero tienen el ego en las nubes. Suben un escalón y creen que han llegado al cielo. El fiscal no es más que un buen representante de ese grupo.

Vale la pena recordarles que, afortunadamente, en Colombia los mandatos solo duran cuatro años.

Andrés Dávila,*Politólogo, maestro y doctor en ciencias sociales de la FLACSO, México. Profesor asociado de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana.

Tomado de El Espectador

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